Hola mi nombre es Claudia Yahuaca, y mi esposo es Julio César Pérez ambos nacimos, crecimos, nos conocimos y nos casamos en Tijuana. Éramos unos recién casados felices, aprendiendo y sirviendo a Dios. Conociendo nuevas personas y haciendo amigos que nunca imagine que tendríamos, de esos amigos que se vuelven tu familia. Hubo un día que anunciaron que se abriría La Roca en Guadalajara, y recuerdo bien que mi esposo me dijo: “estaría padre irnos a vivir y servir en Guadalajara a Dios”, a lo cual yo respondí que sí, si a ese sueño que uno ve tal vez muy lejano o hasta inalcanzable.
Después de un tiempo mi esposo comenzó a aplicar para puestos en la ciudad de Guadalajara. En ese lapso yo quedé embarazada. Para ese entonces yo había dejado de trabajar, así que se venían muchos gastos que no teníamos cubiertos y ya estábamos en números rojos, es decir que en ese momento gastábamos más de lo percibíamos. Recuerdo que un día mi esposo le dijo a Dios: “Señor, yo no tengo dinero para mantener a esta bebé que viene en camino, pero es tu hija y sé que estamos en tus manos y tu proveerás”. Así que seguíamos sirviendo y aprendiendo, cuando un día saliendo de un curso de mujeres al que estaba asistiendo yo, veo que tengo una llamada perdida de mi esposo, así que me preocupe porque nunca me llamaba cuando estaba en el trabajo, solo nos mandábamos mensajes. Le regresé la llamada para saber qué pasaba, entonces me dijo algo que cambiaría nuestras vidas: “Ganamos”, yo pensé que habíamos ganado la lotería, pero no, se refería que le habían dado un puesto en la ciudad de Guadalajara y teníamos un mes para estar allá, a lo cual yo me emocioné en el momento y dije: “wow, sí que bien hagámoslo”.
Pasaban los minutos y las horas cuando me empezó a caer el veinte de lo que estaba pasando, yo tenía 6 meses de embarazo cuando pasó todo esto, por lo tanto, me entro el temor, temor al cambio, a algo desconocido, estábamos en nuestra zona de confort y no sabíamos lo que vendría. En la noche de ese día estábamos platicando mi esposo y yo, y aunque estaba emocionada y feliz por él que le habían dado el trabajo, yo ya no quería irme, nunca pensé que nos fuéramos a ir de la ciudad donde crecimos, nunca pensé en un cambio tan “drástico” para mí. Le dije a mi esposo que no quería irme, que nuestra hija venia en camino y yo quería que nuestra familia y amigos estuvieran con nosotros en uno de los momentos más importantes de nuestra vida. Mis papás, mis suegros, serian abuelos por primera vez, era algo importante. Yo no quería irme. Dejar todo era lo que él me pedía en ese momento, y yo no estaba dispuesta. Él me dijo, “amor, tu decide, tú tienes la última palabra”. Eso fue un peso muy grande para cargar sobre mis hombros. Los días siguientes estuve pensando, preguntándole a Dios, ¿qué debo hacer?, y un día platicando con una líder de la congragación me dio un consejo muy valioso. Me dijo: “En un matrimonio, el hombre es la cabeza del hogar, Dios le da el llamado a tu esposo, y tu deber es ser la ayuda idónea para cumplir ese llamado que tiene Dios para su familia.” Eso me impacto, ya que eso de sometimiento hacia el esposo no es fácil, yo sentía que someterme en esta decisión era lo más difícil del mundo. Después Dios me hablo en su palabra:
Mateo 19:29 Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.”
Finalmente, Dios nos trajo a Guadalajara, a servirlo a Él, nos proveyó para esa bebé tan amada y esperada Elisa, y nos dio amigos que se convirtieron en familia.
No fue fácil llegar a una ciudad nueva, mi esposo con trabajo nuevo, en el que no lo veía porque trabajaba demasiadas horas extras, sin amistades, empezar de cero, sin internet como un mes jajaja, ustedes me entienden, con una bebé nueva que se adelantó y nació a los 8 meses de gestación. Y aunque tuvimos una etapa de inicio difícil, Dios siempre nos sostuvo y no permitió que fuéramos derrotados. Hoy en día, mi esposo, mis dos hijas tapatías y yo, estamos creciendo en este lugar que nos plantó Dios, y sabemos que iremos a donde él nos llame. Siempre confiando en sus promesas. Que el temor no te detenga hacia lo nuevo, hacia lo diferente solo porque no lo conoces, atrévete a confiar en Dios y seguir su llamado.
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