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Salvando el semestre

Cómo jóvenes universitarios gran parte de nuestro tiempo, esfuerzo y compromiso está en la escuela. Ese salón de clases es el campo de entrenamiento para lo que muy posiblemente nos dedicaremos el resto de nuestras vidas. Hablo en primera persona cuando les digo que ha sido muy difícil crear y mantener un equilibrio entre mi vida espiritual y mi vida académica, y eso empezó cuando ingresé al salón de clases el primer día de la universidad.

No se si te pasó, pero lo que he experimentado en mi vida universitaria ha sido un choque con la realidad. No había conocido las palabras “esfuerzo y perseverancia” aplicadas a mi escuela. Recuerdo que en la primaria durante los 6 años, cada fin de ciclo escolar esperaba recibir la medalla de aprovechamiento y conducta, el primer o segundo lugar siempre. En la secundaria ya no se usaban las medallas, pero mi promedio fue muy bueno. La preparatoria no fue la excepción, la disfruté tanto que nunca me quejé de tareas o exámenes, no necesitaba esforzarme porque creía que mi talento era innato, creía que Dios me había creado para conseguir siempre un “10”.

 

Mi problema fue cuando entré a medicina, la carrera más hermosa que puede existir, por lo menos para mí. No había experimentado lo que era pasar de panzazo hasta que terminó el primer semestre. Ese 64 en Embriología fue glorioso para mí. Pero ahora me doy cuenta de que no fue tan bueno para Dios. Mi promedio poco a poco ha ido aumentado, ya no tengo las calificaciones de primer semestre pero sé que mi potencial no ha explotado aún.

 

Hubo un semestre donde opté poner en primer lugar a mi escuela y dejar un poco las actividades en la iglesia, según yo sin perder mi relación con Dios, a través de mi vida de oración y devocional, y me di cuenta que esa no era la respuesta. Ese semestre me fue de la patada y personalmente me sentía muy mal. Así que si alguno piensa que esa la respuesta, para mí no lo fue.

Recuerdo que una vez en una reunión de UnoUniv en el subterráneo, Luis García nos retó a todos los que estábamos ese sábado, diciéndonos que no nos podíamos dar el lujo de no ser sobresalientes en la escuela. Y tiene razón, ser ordinario no es una cualidad de un hijo de Dios.

 

En Daniel 12:13 Dios te dice:
Pero tú, persevera hasta el fin y descansa, que al final de los tiempos te levantarás para recibir tu recompensa

Perseverar, ser constante, trabajar por conseguir algo hasta tenerlo, esas son las cualidades de un hijo de Dios. Esas son las que tenemos que buscar. Y algo que he aprendido este semestre es que no se trata de cuánto aguantas estudiar o trabajar. Se trata de cuánto le crees a Dios para hacerlo. Porque no es en tus fuerzas, sino en las de Él. Eso te quitará mucho peso de encima.

Así que si ya terminaste tu semestre con calificaciones buenas, te exhorto a que te prepares para buscar la excelencia en el siguiente; si no sabes si pasaras una(s) materia(s) te invito a trabajar hasta el final, hasta donde tus fuerzas no puedan más y las de Dios terminen el trabajo; y si crees que es muy tarde para “salvar el semestre” es el momento de que creas en Dios y que hagas un extraordinario extra-ordinario. En Dios siempre hay nuevas oportunidades, y eso lo he aprendido con la experiencia.

Persevera hasta el fin, pues al final de los tiempos te levantarás para recibir tu recompensa.

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